Por: Trinidad Pacheco Bayona
El cuerpo en movimiento ha sido objeto de
múltiples reflexiones y análisis a lo largo de la historia de la danza. Sin embargo,
pocos han logrado profundizar en sus complejidades de manera tan aguda como
Susan Leigh Foster una de las voces más importantes en la investigación del
cuerpo danzado. En su ensayo "Cuerpos de danza", incluido en Incorporaciones
(1992), y en su libro Corporealities. Dancing Knowledge, Culture and Power
(1996), Foster ofrece una mirada reveladora que invita a directores,
coreógrafos y pedagogos a reexaminar sus concepciones sobre el cuerpo en la
danza, no solo como instrumento técnico, sino como un sitio de cultura, poder y
conocimiento.
Foster subraya una idea central que todo director
de danza debería tener presente: el cuerpo no es un mero vehículo que
ejecuta movimientos preestablecidos, sino un ente que produce significado
cultural. A través del movimiento, el cuerpo proyecta una narrativa
que está profundamente enraizada en la historia personal del bailarín, su
contexto social y las estructuras de poder a las que pertenece. Por ello, es
crucial que los directores de danza adopten una perspectiva crítica sobre cómo
las coreografías que diseñan o enseñan moldean y reflejan estas realidades.
En "Cuerpos de danza", Foster explora
la noción de que los cuerpos en movimiento siempre están "inscritos"
con marcas de género, raza y clase. Cada acción, cada gesto, lleva consigo una
carga simbólica que no es neutra. Esto plantea un desafío para los directores
de danza: ¿Cómo diseñar una coreografía que no perpetúe estereotipos de poder o
invisibilice ciertas corporalidades? La danza, en este sentido, se convierte en
una plataforma para cuestionar y reconfigurar las jerarquías sociales. Los
directores deben ser conscientes de que, al elegir ciertos cuerpos, ciertos
movimientos o ciertas estéticas, están validando o cuestionando esas
inscripciones.
Además, Foster insiste en que la relación entre
el cuerpo y el espacio también es un aspecto clave en la creación coreográfica.
El cuerpo no se mueve en el vacío; siempre está interactuando con un entorno
que lo condiciona y que, a su vez, él transforma. Un director de danza debe
tener en cuenta cómo el espacio escénico refuerza o desafía las dinámicas de
poder. ¿Qué cuerpos son más visibles? ¿Qué cuerpos se relegan a los márgenes?
Este tipo de preguntas deben estar en el centro del proceso creativo.
Otro aspecto fundamental que aborda Foster es el cuerpo
como generador de conocimiento. En la tradición occidental, el cuerpo
ha sido históricamente visto como separado del intelecto, subordinado a la
mente. No obstante, Foster reivindica la idea de que el cuerpo danzante es un
productor activo de conocimiento, capaz de generar formas de saber que no se
expresan mediante palabras, sino a través del movimiento. Esto implica que los
directores de danza no deben tratar al bailarín simplemente como un ejecutante
que sigue órdenes, sino como un colaborador que aporta su propia experiencia
corporal y su propia inteligencia kinestésica al proceso creativo.
De la misma forma, el cuerpo danzado no solo
refleja la cultura, sino que también la produce. Las decisiones coreográficas
de un director influyen en la manera en que el público y los propios bailarines
perciben y entienden el cuerpo. Por lo tanto, los directores deben asumir una
posición de responsabilidad y autoconciencia, entendiendo que la danza no es un
arte exento de implicaciones culturales y políticas.
En Corporealities, Foster expande esta
idea al explorar cómo el cuerpo en movimiento está imbuido de poder. El cuerpo,
al ser entrenado, modelado y disciplinado en la danza, está sujeto a normas y
estructuras sociales que, en ocasiones, pueden perpetuar sistemas de opresión.
Foster nos invita a repensar el entrenamiento en danza, que a menudo busca una
uniformidad de técnica y estética, y reflexionar sobre si esta uniformidad no
está silenciando ciertas voces corporales. Un director de danza debe
cuestionarse: ¿Qué cuerpos son privilegiados en mis clases o en mis
producciones? ¿Qué ideas sobre el cuerpo y el movimiento estoy perpetuando?
En resumen, el trabajo de Susan Leigh Foster nos
recuerda que el cuerpo danzado es un campo de batalla simbólico donde se juegan
relaciones de poder, cultura y saber. Para los directores de danza, esta
comprensión es crucial. No se trata simplemente de crear belleza o espectáculo,
sino de ser conscientes del potencial transformador de la danza. A través del
movimiento, se pueden desafiar estructuras de opresión, reivindicar
corporalidades diversas y generar nuevas formas de conocimiento.
Como directores, es nuestra responsabilidad no
solo enseñar técnica, sino también crear espacios donde los cuerpos puedan
expresar su historia, su identidad y su poder. Foster nos llama a una reflexión
crítica sobre el papel de la danza en la sociedad y nos insta a ser agentes de
cambio, utilizando el cuerpo danzado como una herramienta para cuestionar y
reimaginar el mundo en el que vivimos.
La danza, en este sentido, es mucho más que un
arte; es un acto político y cultural profundamente significativo.
Bien dicho es que el silencio y el cuerpo no mienten!
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