Por: Trinidad Pacheco Bayona.
El espacio en su
concepción más tradicional, nos remite a la arquitectura, a las artes
plásticas, incluso al ámbito acústico, como bien señala Glenn Albrecht. Sin
embargo cuando hablamos de danza nos adentramos en una dimensión espacial
completamente distinta, una que escapa a las categorizaciones convencionales.
La danza no se limita a ser un cuadro en movimiento, una mera animación dentro
de un marco preexistente. Su esencia reside en la creación de un espacio
propio, efímero y visceral, que emerge del cuerpo y su interacción con el
entorno.
Este espacio danzado no
es el espacio de la plástica, estático y bidimensional, ni tampoco el del
teatro, con su tramoya y escenografía preestablecidas. Es un espacio que se
construye a cada instante, moldeado por la energía y la singularidad de los
cuerpos en movimiento. Son los bailarines con sus gestos, desplazamientos y
relaciones quienes tejen este universo paralelo, un territorio imaginario que
cobra vida a través de la acción.
El cuerpo en la danza se
convierte en un agente transformador del espacio. No se limita a ocuparlo, sino
que lo crea, lo redefine, lo cuestiona. Cada movimiento, cada giro, cada salto,
es una pincelada que dibuja nuevas coordenadas, nuevas perspectivas. El espacio
danzado es un espacio vivo, dinámico en constante metamorfosis.
En este sentido, la danza
despliega un poder de ordenación, concretización y, al mismo tiempo
de
cuestionamiento espacial. Ordena el caos potencial del vacío, concretiza una
visión, una emoción, una narrativa, a través del lenguaje corporal y cuestiona
las nociones preestablecidas del espacio, abriendo nuevas posibilidades de
percepción y experiencia.
La verdadera magia de la
danza reside en su capacidad de hacer nacer algo diferente un mundo propio a
partir de la energía del movimiento. En ese terreno imaginario que se despliega
entre los cuerpos, surge una realidad única una que solo existe en el instante
de la ejecución, una que se desvanece con el último movimiento dejando una
huella imborrable en la memoria.
El espacio danzado, en
definitiva, es un espacio de creación pura un universo en constante expansión,
donde el cuerpo se convierte en el principal arquitecto, constructor y
habitante. Es un espacio que nos invita a sentir, a vibrar, a conectar con lo
más profundo de nuestra humanidad, recordándonos que el movimiento es la
esencia misma de la vida.
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