El espejo roto de la cultura y el silencio de los artistas
Por: Azucena Delgado Rueda.
Hace tiempo, un colega —profesor
de arte y alma inquieta— me pregunto que porque decidí clausurar mi columna semanal dedicada al
análisis cultural de la región?. Muchos susurraron que era él quien firmaba
estas crónicas, pero la verdad es más compleja: escribir sobre arte y cultura
se ha convertido en un acto de equilibrio sobre un alambre de espinas. ¿Por
qué? Porque la indiferencia de los artistas locales hacia la reflexión crítica
y la lectura ha hecho de este ejercicio un monólogo sin eco.
La región, rica en talento y
color, parece padecer una contradicción: sus creadores, dueños de egos tan
altos como sus obras, rehúyen de la academia y de las páginas escritas. No se
trata de elitismo intelectual, sino de un divorcio profundo entre la práctica
artística y la construcción teórica. Los artistas, sumidos en una burbuja de
autocomplacencia, desconocen que la lectura —esa ventana a otras miradas—
podría transformar sus obras en diálogos, no en monólogos. Prefieren el rumor
al debate, la anécdota al ensayo, el chisme al concepto. Y así, su arte, aunque
técnicamente empañado, carece de raíces en el pensamiento crítico que lo
sostenga.
¿Qué sentido tiene escribir,
entonces, para un público que no lee? ¿Cómo despertar conciencias si el único
interés es el reflejo efímero de las redes sociales o la cháchara de los
talleres de café? Lo entendí: ´mi pluma, antes incisiva, se volvió
un espejo incómodo. Y los espejos, ya se sabe, rompen cuando muestran verdades
incómodas.
Pero he aquí la paradoja: incluso
en el desierto, oasis brotan. Algunos artistas —pocos, sí— siguen creyendo en
el poder de la palabra y la crítica. Para ellos, este espacio renacerá, no con
sermones, sino con sutileza. Se hablará de arte, sí, pero también de los
entresijos, las historias que no se cuentan en las galerías, los hilos
invisibles que tejen la cultura. Será un homenaje a quienes disfrutan del
chisme como pretexto para pensar, para cuestionar, para conectar.
Así, entre líneas y susurros, esta
servidora retoma la pluma. No para adoctrinar, sino para recordar que el arte,
sin lectura ni crítica, es un jardín sin raíces: hermoso, pero condenado a
marchitarse.
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