sábado, 8 de marzo de 2025

El espejo roto de la cultura y el silencio de los artistas

Por: Azucena Delgado Rueda.

Hace tiempo, un colega —profesor de arte y alma inquieta— me pregunto que porque decidí clausurar mi columna semanal dedicada al análisis cultural de la región?. Muchos susurraron que era él quien firmaba estas crónicas, pero la verdad es más compleja: escribir sobre arte y cultura se ha convertido en un acto de equilibrio sobre un alambre de espinas. ¿Por qué? Porque la indiferencia de los artistas locales hacia la reflexión crítica y la lectura ha hecho de este ejercicio un monólogo sin eco.

La región, rica en talento y color, parece padecer una contradicción: sus creadores, dueños de egos tan altos como sus obras, rehúyen de la academia y de las páginas escritas. No se trata de elitismo intelectual, sino de un divorcio profundo entre la práctica artística y la construcción teórica. Los artistas, sumidos en una burbuja de autocomplacencia, desconocen que la lectura —esa ventana a otras miradas— podría transformar sus obras en diálogos, no en monólogos. Prefieren el rumor al debate, la anécdota al ensayo, el chisme al concepto. Y así, su arte, aunque técnicamente empañado, carece de raíces en el pensamiento crítico que lo sostenga.

¿Qué sentido tiene escribir, entonces, para un público que no lee? ¿Cómo despertar conciencias si el único interés es el reflejo efímero de las redes sociales o la cháchara de los talleres de café? Lo entendí: ´mi pluma, antes incisiva, se volvió un espejo incómodo. Y los espejos, ya se sabe, rompen cuando muestran verdades incómodas.

Pero he aquí la paradoja: incluso en el desierto, oasis brotan. Algunos artistas —pocos, sí— siguen creyendo en el poder de la palabra y la crítica. Para ellos, este espacio renacerá, no con sermones, sino con sutileza. Se hablará de arte, sí, pero también de los entresijos, las historias que no se cuentan en las galerías, los hilos invisibles que tejen la cultura. Será un homenaje a quienes disfrutan del chisme como pretexto para pensar, para cuestionar, para conectar.

Así, entre líneas y susurros, esta servidora retoma la pluma. No para adoctrinar, sino para recordar que el arte, sin lectura ni crítica, es un jardín sin raíces: hermoso, pero condenado a marchitarse.

Eh dicho.

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