Por: Azucena Delgado Rueda.
Ocaña, una ciudad que respira
historia y cultura, hoy se debate entre el asombro y la indignación. Su Cámara
de Comercio, entidad que debería ser faro de desarrollo y equidad, se ha
convertido en un espectáculo de despropósitos. ¿Qué ha pasado con los 3.700
millones de pesos de presupuesto? ¿En qué agujero negro desaparecieron los
recursos que debían impulsar la economía local?
Las ferias en el parque 29 de mayo,
antes símbolo de identidad y tradición, ahora son montajes faraónicos donde el
derroche opaca el sentido comunitario. Viajes a Medellín bajo el disfraz de
“capacitación para emprendedores”, adquisición de vehículos de gama media para
“gestión institucional”, eventos sociales con el departamento que más parecen
fiestas privadas, y viáticos que se esfuman como agua entre los dedos… Todo
esto, mientras los artistas, artesanos y gestores culturales de Ocaña mendigan
migajas, ¡si es que les dan!
¿Dónde está el apoyo a quienes
tejen la identidad de esta tierra? ¿Qué respuestas hay para las corporaciones y
fundaciones culturales que sostienen el alma de Ocaña con proyectos que nadie
financia? La Cámara de Comercio, en lugar de ser puente entre el comercio y la
cultura, ha levantado un muro de opacidad. Sus acciones, lejos de empoderar,
han creado una élite de favorecidos que bailan al ritmo de la discrecionalidad.
Y aquí surge la gran pregunta:
¿por qué callan los creadores? ¿Dónde están las voces que deben exigir
transparencia? Los cafés, plazas y talleres, antes espacios de debate, hoy son
cementerios de silencios cómplices. ¿Acaso el miedo paraliza? ¿O la resignación
ha secuestrado la indignación? Incluso los medios locales, guardianes del
derecho a saber, prefieren tapar la olla podrida con elogios vacíos y notas
pagadas.
Ocaña merece una Cámara de
Comercio que rinda cuentas claras, que invierta en emprendimiento sin
convertirlo en negocio de mierda, que apoye a sus artistas no con migajas, sino
con políticas serias. Que priorice la transformación económica sobre el glamour
efímero.
Que nadie se engañe: este no es
un llamado a la confrontación, sino al coraje. Que los ciudadanos exijan
auditorías públicas, que los medios abandonen la complicidad y que los
artistas, esos guardianes de la memoria, alcen la voz. Porque una institución que
nació para servir, no puede seguir siendo un bufet de privilegios.