jueves, 29 de agosto de 2024

COMO SE PIENSA EL ESPACIO EN LA DANZA.

Por: Trinidad Pacheco Bayona. 
Pensar el espacio en la danza no es una tarea sencilla ni automática; es una labor que exige una profunda reflexión y una aguda sensibilidad por parte de quienes se aventuran en el arte de la coreografía. El espacio, lejos de ser una mera superficie sobre la que se desplazan los cuerpos, es un elemento activo cargado de posibilidades expresivas. Es un lienzo en blanco que, con cada paso, giro y extensión, se va llenando de significados, emociones y narrativas. En este sentido los coreógrafos asumen un reto fascinante: concebir el espacio no solo como un lugar físico, sino como un recurso que puede ser manipulado, transformado y en última instancia cargado de contenido artístico.

La concepción del espacio en la danza implica pensar en múltiples dimensiones. No se trata únicamente de la disposición de los bailarines en el escenario, sino de cómo esa disposición puede transmitir una idea, una emoción o una historia. Los coreógrafos deben considerar el uso de diferentes niveles bajo, medio, alto, lo que puede añadir una capa de significado al movimiento. Un bailarín que se desplaza a ras del suelo puede sugerir vulnerabilidad, mientras que otro que se eleva sobre sus compañeros puede evocar poder o trascendencia. Este juego de niveles no es casual; cada decisión espacial contribuye a la narrativa que se quiere contar.

Además, el espacio se piensa en términos de direcciones hacia adelante, atrás, en diagonal, que también tienen un peso simbólico. Un movimiento hacia adelante puede simbolizar avance, decisión o enfrentamiento, mientras que uno hacia atrás puede sugerir retraimiento, miedo o retrospección. Las diagonales con su carácter ambiguo, suelen utilizarse para expresar complejidad, tensión o conflicto interno. En este contexto, la coreografía se convierte en una especie de arquitectura en movimiento, donde los cuerpos trazan líneas invisibles que construyen un espacio emocional y narrativo.

Otro aspecto crucial es la proximidad o distancia entre los bailarines. La cercanía puede expresar intimidad, conexión o incluso confrontación, mientras que la distancia puede representar aislamiento, independencia o desapego. Estas relaciones espaciales no solo afectan la dinámica entre los bailarines, sino que también influyen en la percepción del espectador. Un grupo compacto de bailarines puede generar una sensación de unidad o de asfixia, dependiendo de la intención, mientras que un solo bailarín en un vasto escenario vacío puede provocar una sensación de soledad o vulnerabilidad.

La relación de los bailarines con los límites del escenario es otra decisión cuidadosamente considerada. Un bailarín que se acerca al borde del escenario puede transmitir un sentido de límite o peligro, mientras que uno que se mantiene en el centro puede evocar estabilidad o centralidad en la narrativa. Los bordes del espacio escénico no son barreras infranqueables, sino puntos de tensión y posibilidad que los coreógrafos pueden explorar para enriquecer su obra.

En última instancia, el espacio en la danza es un lienzo en el que el coreógrafo dibuja con cuerpos en movimiento. Cada línea, cada figura y cada vacío en ese lienzo cuenta una historia, expresa una emoción o comunica una idea. Los grandes coreógrafos son aquellos que no solo dominan el arte del movimiento, sino que también entienden cómo el espacio puede ser esculpido y moldeado para servir a su visión artística. En sus manos, el espacio deja de ser un mero contenedor de la danza para convertirse en un protagonista más de la obra un elemento que vive, respira y siente junto con los bailarines. Pensar el espacio, es pensar la danza misma, en su capacidad infinita de crear y transformar realidades a través del movimiento.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

UNA SOLA DANZA NO REPRESENTA A TODO NORTE DE SANTANDER

Por: Trinidad Pacheco Bayona. Hablar de una identidad cultural única en Norte de Santander es un error tan común como preocupante. Este depa...