Por: Trinidad Pacheco Bayona.
En Colombia donde las crisis
sociales y políticas moldean el tejido cotidiano de la vida la danza emerge no
solo como una forma de arte sino también como un poderoso medio de expresión
política y social. El cuerpo en movimiento actúa como un agente de cambio una
declaración viva de resistencia y un espejo de la resiliencia cultural.
La transformación que la danza
impulsa en este contexto va más allá de la estética, es una reformulación de
identidades un espacio para la reconstrucción de narrativas y una confrontación
a las normativas opresivas. Al bailar los cuerpos articulan respuestas a la
opresión tejen historias de supervivencia y renacimiento y se convierten en
voceros de aquellos que a menudo son silenciados o marginados.
Este dinamismo del cuerpo en la
danza se convierte en una forma vital de ver, hacer, promover, difundir,
entender, sentir, pensar y discutir no solo el arte sino también las realidades
sociales complejas. La danza en Colombia en estos tiempos de crisis no es un
mero acto de entretenimiento es un acto cargado de significados un territorio
de enunciación que desafía y redefine las estructuras de poder.
Promover y difundir la danza en
este contexto es por lo tanto, esencial. No solo por preservar una forma de
arte sino por reconocer y potenciar su capacidad de movilizar conciencias y
fomentar el diálogo. La danza nos invita a repensar nuestra relación con el
cuerpo y con los espacios que habitamos transformando nuestra percepción y
participación en la sociedad.
La danza en Colombia es un
reflejo vibrante de su contexto, un territorio donde el cuerpo al moverse se
reinventa y redefine convirtiéndose en una plataforma potente para la
enunciación política y social. A través de sus ritmos nos enseña sobre la
resiliencia, la transformación y el poder infinito de la expresión corporal.
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