domingo, 20 de abril de 2025

LA DANZA COMO UN DIÁLOGO ENTRE LO TANGIBLE Y LO ETÉREO

Por: Trinidad Pacheco Bayona.

El texto de Noel Bonilla Chongo nos invita a reflexionar sobre uno de los dilemas más profundos de la danza: su dualidad inherente. Por un lado, está la cosificación, esa necesidad de capturarla, de convertirla en algo tangible, documentable, histórico. Por el otro, su esencia efímera, esa actualización continua que escapa a las ataduras del tiempo y el espacio, desafiando cualquier intento de encasillarla o preservarla. En este vaivén entre lo material y lo inmaterial, la danza se revela como un lenguaje vivo, mutable e insondable, tal como lo expresara Martha Graham al definirla como "el lenguaje oculto del alma".

La danza no puede ser reducida a una mera manifestación artística; es mucho más que eso. Es un territorio donde convergen tiempo y espacio, memoria y cuerpo, pasión y rigor. Pero, ¿cómo equilibrar estas dimensiones? ¿Cómo reconciliar la necesidad humana de analizar, historiar y teorizar con la naturaleza intrínsecamente fugaz de la danza? Bonilla Chongo plantea esta pregunta sin ofrecer una respuesta definitiva, porque tal vez no exista una. Sin embargo, esta ambigüedad no debe verse como una limitación, sino como una invitación a explorar lo desconocido.

En nuestra cultura y pensamiento coreográficos, solemos caer en la tentación de cosificar la danza. Queremos atraparla en videos, fotos, partituras o descripciones académicas, como si al hacerlo pudiéramos asegurar su permanencia. Pero la danza no vive en estos registros; vive en el instante, en el movimiento que nace y muere en cada respiración del intérprete. Es ahí donde reside su poder transformador, en su capacidad de actualizar constantemente nuevas realidades, de reinventarse en cada ejecución.

Por otro lado, la idea de que tiempo y espacio deben transitar como líneas "movibles, negociables, cambiantes" nos recuerda que la danza no está sujeta a reglas fijas. No existe un solo modo correcto de bailar, ni un solo significado para un gesto. Cada cuerpo, cada contexto, cada momento trae consigo una interpretación única. Así, la danza se convierte en un acto de descubrimiento perpetuo, tanto para el bailarín como para el espectador.

Sin embargo, este carácter efímero también plantea un reto: ¿cómo preservar la memoria de la danza sin traicionar su esencia? Aquí entra en juego el concepto de "documento", mencionado por Bonilla Chongo. Un documento no tiene que ser algo estático; puede ser una huella viviente, una resonancia que perdura en quienes experimentan la danza. La memoria de la danza no está solo en los archivos, sino en los cuerpos que la practican y en los corazones que la sienten.

Finalmente, la frase de Graham resuena como un recordatorio de que la danza trasciende lo físico. Es un puente hacia lo espiritual, hacia aquello que no podemos nombrar pero que sentimos profundamente. En un mundo obsesionado con lo medible y lo cuantificable, la danza nos invita a abrazar la incertidumbre, a celebrar lo que no puede ser contenido ni explicado del todo.

La danza no es ni puramente cosa ni puramente espíritu; es ambas cosas y ninguna a la vez. Su magia radica precisamente en esta tensión, en su capacidad de desafiar nuestras categorías y expandir nuestros horizontes. Tal vez nunca encontremos "el punto justo" entre cosificación y actualización, pero quizás ese sea el propósito: seguir buscando, seguir bailando, seguir siendo.

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