lunes, 28 de abril de 2025

¿CELEBRAMOS EL DÍA INTERNACIONAL DE LA DANZA CON CONCIENCIA O DESCONOCIMIENTO?

Por: Trinidad Pacheco Bayona.

Cuando celebramos el día internacional de la Danza, una fecha que nos invita a reflexionar sobre este arte universal que conecta culturas, emociones y cuerpos en movimiento. Sin embargo, me pregunto: ¿los directores del territorio en Ocaña, una tierra con más de 454 años de historia y tradición, tienen siquiera un mínimo conocimiento sobre los fundamentos que todo creador de danza debería dominar? ¿Están conscientes de lo que implica trabajar con esta disciplina artística tan compleja y rica?

La danza no es solo movimiento; es un lenguaje que exige preparación, sensibilidad y conocimiento profundo. Un verdadero creador de danza debe tener claros varios parámetros esenciales para poder construir propuestas auténticas y respetuosas con las raíces culturales de su entorno. Veamos algunos de ellos: La danza no existe en el vacío. Cada paso, cada gesto está profundamente arraigado en un contexto cultural e histórico específico. En Ocaña, por ejemplo, deberíamos preguntarnos: ¿valoramos nuestra herencia indígena, africana y mestiza en nuestras expresiones dancísticas? ¿Sabemos distinguir entre danza como arte y baile como expresión social? Desde el ballet clásico hasta las danzas folclóricas regionales, cada género tiene sus propias reglas y técnicas. ¿Los líderes culturales de Ocaña conocen estas diferencias? ¿Apoyan iniciativas que promuevan tanto la técnica como la innovación?

El cuerpo es el instrumento principal del bailarín, y cuidarlo es fundamental. ¿Existe algún programa en la región que enseñe anatomía aplicada a la danza? ¿Se fomenta la preparación física adecuada para evitar lesiones?
La relación entre el cuerpo y el espacio es clave en la danza. Una buena coreografía no es solo una secuencia de pasos, sino una narrativa visual que comunica emociones e ideas. ¿En Ocaña se apoya la creación de coreografías originales que cuenten nuestras historias locales? La danza también es espectáculo. La iluminación, el vestuario, la música y otros elementos escénicos juegan un papel crucial. ¿Nuestros espacios culturales están equipados para ofrecer presentaciones de calidad? Este día debería ser una oportunidad para cuestionarnos: ¿qué estamos haciendo para fortalecer la danza en nuestra región? ¿Existen programas educativos, festivales o talleres que promuevan esta disciplina? Y ara reflexionar:

¿Valoramos la danza como una forma de preservar nuestra identidad cultural? ¿Qué hacemos para garantizar que las nuevas generaciones tengan acceso a formación dancística de calidad? ¿Cómo podemos integrar la danza como parte esencial del desarrollo cultural y turístico de Ocaña?

En un territorio como Ocaña, donde la historia y la tradición son pilares de nuestra identidad, la danza debería ser un faro que ilumine nuestro camino hacia el reconocimiento cultural. Sin embargo, parece que aún falta mucho por hacer. Nosotros como directores y líderes del territorio debemos asumir un rol activo en la promoción y el fortalecimiento de esta disciplina. No basta con aplaudir en una celebración anual; debemos trabajar durante todo el año para que la danza ocupe el lugar que merece en nuestra sociedad.

Este Día Internacional de la Danza debe ser un llamado de atención: celebremos sí, pero con conciencia y compromiso. La danza no es un lujo, es una necesidad humana que nos conecta con lo más profundo profundo de nosotros mismos y de nuestras raíces. ¿Estamos listos para asumir ese reto?

domingo, 20 de abril de 2025

LA DANZA COMO UN DIÁLOGO ENTRE LO TANGIBLE Y LO ETÉREO

Por: Trinidad Pacheco Bayona.

El texto de Noel Bonilla Chongo nos invita a reflexionar sobre uno de los dilemas más profundos de la danza: su dualidad inherente. Por un lado, está la cosificación, esa necesidad de capturarla, de convertirla en algo tangible, documentable, histórico. Por el otro, su esencia efímera, esa actualización continua que escapa a las ataduras del tiempo y el espacio, desafiando cualquier intento de encasillarla o preservarla. En este vaivén entre lo material y lo inmaterial, la danza se revela como un lenguaje vivo, mutable e insondable, tal como lo expresara Martha Graham al definirla como "el lenguaje oculto del alma".

La danza no puede ser reducida a una mera manifestación artística; es mucho más que eso. Es un territorio donde convergen tiempo y espacio, memoria y cuerpo, pasión y rigor. Pero, ¿cómo equilibrar estas dimensiones? ¿Cómo reconciliar la necesidad humana de analizar, historiar y teorizar con la naturaleza intrínsecamente fugaz de la danza? Bonilla Chongo plantea esta pregunta sin ofrecer una respuesta definitiva, porque tal vez no exista una. Sin embargo, esta ambigüedad no debe verse como una limitación, sino como una invitación a explorar lo desconocido.

En nuestra cultura y pensamiento coreográficos, solemos caer en la tentación de cosificar la danza. Queremos atraparla en videos, fotos, partituras o descripciones académicas, como si al hacerlo pudiéramos asegurar su permanencia. Pero la danza no vive en estos registros; vive en el instante, en el movimiento que nace y muere en cada respiración del intérprete. Es ahí donde reside su poder transformador, en su capacidad de actualizar constantemente nuevas realidades, de reinventarse en cada ejecución.

Por otro lado, la idea de que tiempo y espacio deben transitar como líneas "movibles, negociables, cambiantes" nos recuerda que la danza no está sujeta a reglas fijas. No existe un solo modo correcto de bailar, ni un solo significado para un gesto. Cada cuerpo, cada contexto, cada momento trae consigo una interpretación única. Así, la danza se convierte en un acto de descubrimiento perpetuo, tanto para el bailarín como para el espectador.

Sin embargo, este carácter efímero también plantea un reto: ¿cómo preservar la memoria de la danza sin traicionar su esencia? Aquí entra en juego el concepto de "documento", mencionado por Bonilla Chongo. Un documento no tiene que ser algo estático; puede ser una huella viviente, una resonancia que perdura en quienes experimentan la danza. La memoria de la danza no está solo en los archivos, sino en los cuerpos que la practican y en los corazones que la sienten.

Finalmente, la frase de Graham resuena como un recordatorio de que la danza trasciende lo físico. Es un puente hacia lo espiritual, hacia aquello que no podemos nombrar pero que sentimos profundamente. En un mundo obsesionado con lo medible y lo cuantificable, la danza nos invita a abrazar la incertidumbre, a celebrar lo que no puede ser contenido ni explicado del todo.

La danza no es ni puramente cosa ni puramente espíritu; es ambas cosas y ninguna a la vez. Su magia radica precisamente en esta tensión, en su capacidad de desafiar nuestras categorías y expandir nuestros horizontes. Tal vez nunca encontremos "el punto justo" entre cosificación y actualización, pero quizás ese sea el propósito: seguir buscando, seguir bailando, seguir siendo.

jueves, 10 de abril de 2025

LA CAMPIÑA. LA DISCOTECA QUE MARCÓ UNA ÉPOCA EN SALAZAR DE LAS PALMAS

Por: Trinidad Pacheco Bayona.

En los años 90, cuando el Norte de Santander aún era un territorio donde lo ancestral y lo moderno se encontraban en un equilibrio casi mágico, Salazar de las Palmas brillaba con su belleza arquitectónica colonial y su exuberante naturaleza. Era un lugar donde las montañas parecían abrazar a los pueblos, los ríos cantaban melodías eternas y las calles guardaban historias de generaciones. Pero fue también en este contexto idílico donde nació un espacio que cambiaría para siempre las noches de los habitantes del pueblo: La Campiña, una discoteca familiar que se convirtió en el epicentro de la diversión sana y los encuentros inolvidables.

Ubicada en una vieja casa de amplios patios y salones con techos altos, La Campiña no era solo un lugar para bailar. Era un refugio donde las familias habían compartido risas y conversaciones durante décadas, pero que, gracias a la visión de Trino Torres Gamboa, Junior, se transformó en el escenario perfecto para disfrutar de los ritmos más vibrantes de la época. Desde República Dominicana llegaban los merengues pegajosos que hacían mover los pies hasta el amanecer; desde Puerto Rico, las bachatas románticas que encendían corazones; desde Cali, la salsa que invitaba a perderse en el vaivén de sus compases; y desde Valledupar, por supuesto, los acordeones y voces emblemáticas del vallenato que eran parte del ADN cultural de la región.

Cada fin de semana, después de la misa de las 7:00 pm, los jóvenes y adultos se preparaban para vivir una experiencia única. Los hombres sacaban sus mejores camisas, impecablemente planchadas, mientras las mujeres lucían vestidos ajustados y peinados elaborados. Los ahorros de toda la semana se destinaban a esos dos días de encuentro, donde no solo se bailaba, sino que también se tejían historias de amor y amistad. En La Campiña, entre luces tenues y sonidos envolventes, muchas parejas dieron sus primeros pasos juntos, y muchos corazones latieron al ritmo de una canción especial.

El ambiente era único. Las mesas dispuestas en los patios exteriores permitían conversaciones animadas, mientras que las salas interiores se llenaban de cuerpos moviéndose al son de los acetatos que sus propietarios traían con esmero. Cada vinilo era una joya musical, cuidadosamente seleccionada para garantizar que la noche fuera memorable. No había espacio para la monotonía: una pieza de Juan Luis Guerra podía dar paso a una interpretación apasionada de Joe Arroyo, y luego el público se entregaba completamente a los clásicos de Diomedes Díaz o el Binomio e Oro.

Pero La Campiña no era solo música y baile. Era un lugar donde las personas se reencontraban consigo mismas y con los demás. Era el sitio donde primos lejanos se volvían amigos cercanos, donde las tímidas ganaban confianza al ser invitados a bailar, y donde los sueños adolescentes se iluminaban bajo las estrellas. Era, en definitiva, un punto de conexión entre lo cotidiano y lo extraordinario, entre lo simple y lo mágico.

Con el tiempo, como ocurre con todas las cosas, La Campiña dejó de ser el lugar que una vez fue. Sin embargo, su legado permanece vivo en los recuerdos de quienes tuvieron la suerte de experimentar aquellas noches inolvidables. Hoy, cuando se menciona su nombre en Salazar de las Palmas, los ojos de los lugareños se iluminan, y las historias fluyen tan naturalmente como el agua de los ríos que rodean el pueblo. Porque La Campiña no fue solo una discoteca; Fue un símbolo de alegría, comunidad y cultura en una época dorada que sigue resonando en el corazón de quienes la vivieron.

Así, entre notas musicales y pisadas de baile, esta crónica rinde homenaje a un lugar que, aunque ya no existe básicamente, vive para siempre en la memoria colectiva de un pueblo que supo disfrutar de lo mejor que tenía para ofrecer.

UNA SOLA DANZA NO REPRESENTA A TODO NORTE DE SANTANDER

Por: Trinidad Pacheco Bayona. Hablar de una identidad cultural única en Norte de Santander es un error tan común como preocupante. Este depa...