La Poética del Momento.
Por: Trinidad Pacheco Bayona
La danza ese arte en perpetuo movimiento tiene un
inicio y un fin que a menudo se entrelazan en puntos de aparente inmovilidad.
Estos momentos lejos de ser vacíos, están cargados de una intensidad y
significado que trascienden el simple acto de estar quieto. La presencia de un
bailarín, incluso en la más absoluta inmovilidad puede resonar con una fuerza
expresiva que se origina en su interior y se proyecta en el espacio que lo rodea.
Imaginemos a un bailarín en el escenario, de pie,
inmóvil. A primera vista parece estar en reposo pero en realidad cada fibra
de su ser está en tensión, listo para liberar la energía acumulada en un salto
espectacular o en un sutil movimiento que cambiará la atmósfera de la
performance. Este estado de alerta de preparación es tan parte de la danza
como los movimientos más complejos y visibles.
Este instante de inmovilidad es el umbral entre la
potencialidad y la acción. Es el momento en que el cuerpo se carga de
intención un espacio donde el tiempo parece detenerse y el espectador es
invitado a una profunda conexión emocional. La inmovilidad del bailarín no es
la ausencia de movimiento, sino la promesa de lo que está por venir un respiro
en el flujo continuo de la danza que permite a la audiencia anticipar y
reflexionar sobre el próximo acto.
Consideremos por ejemplo el instante anterior a un
salto. El bailarín se detiene los músculos se tensan los pulmones se llenan de
aire. Es un momento cargado de expectativa tanto para el intérprete como para
el espectador. Esta pausa no es un descanso, sino una acumulación de energía
una preparación para la explosión cinética que sigue. La audiencia al percibir
esta quietud siente el peso de la anticipación la promesa de la liberación.
O pensemos en un bailarín que permanece inmóvil en
el escenario mientras su compañero ejecuta una secuencia de movimientos. Aunque
aparentemente pasivo su quietud está cargada de significado. Su postura, su
expresión, incluso la forma en que respira todo contribuye a la narrativa de la
danza. Está presente, involucrado, parte integral del conjunto y su inmovilidad
es un contrapunto necesario que resalta la dinámica de su compañero.
La danza en su esencia es una celebración del
movimiento. Sin embargo los momentos de inmovilidad son tan cruciales como los
de actividad. Estos momentos de pausa permiten una resonancia emocional que
añade profundidad y complejidad a la performance. El cuerpo humano
incluso en
su inmovilidad puede transmitir una rica carga de emociones y significados,
actuando como un espejo que refleja el mundo interno del bailarín hacia el
exterior.
En este sentido la danza nos enseña una lección
valiosa, que, en la vida al igual que en el escenario los momentos de quietud
pueden estar llenos de poder y significado. Son estos instantes los que nos
permiten pausar, reflexionar y cargar nuestras energías para los movimientos
que siguen recordándonos que la verdadera belleza del movimiento a menudo
reside en la promesa contenida en la inmovilidad.
Bastante romántico la descripción de la quietud en la danza. En el artículo se explica con claridad la importancia de todos los participantes en una escena, ya que muchas veces se observa que los participantes quietos en escena pueden ensuciar el movimiento del participantes que está en movimiento
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