jueves, 6 de junio de 2024

LA DANZA EN EL UMBRAL DE LA INMOVILIDAD.


La Poética del Momento.

Por: Trinidad Pacheco Bayona

La danza ese arte en perpetuo movimiento tiene un inicio y un fin que a menudo se entrelazan en puntos de aparente inmovilidad. Estos momentos lejos de ser vacíos, están cargados de una intensidad y significado que trascienden el simple acto de estar quieto. La presencia de un bailarín, incluso en la más absoluta inmovilidad puede resonar con una fuerza expresiva que se origina en su interior y se proyecta en el espacio que lo rodea.

Imaginemos a un bailarín en el escenario, de pie, inmóvil. A primera vista parece estar en reposo pero en realidad cada fibra de su ser está en tensión, listo para liberar la energía acumulada en un salto espectacular o en un sutil movimiento que cambiará la atmósfera de la performance. Este estado de alerta de preparación es tan parte de la danza como los movimientos más complejos y visibles.

Este instante de inmovilidad es el umbral entre la potencialidad y la acción. Es el momento en que el cuerpo se carga de intención un espacio donde el tiempo parece detenerse y el espectador es invitado a una profunda conexión emocional. La inmovilidad del bailarín no es la ausencia de movimiento, sino la promesa de lo que está por venir un respiro en el flujo continuo de la danza que permite a la audiencia anticipar y reflexionar sobre el próximo acto.

Consideremos por ejemplo el instante anterior a un salto. El bailarín se detiene los músculos se tensan los pulmones se llenan de aire. Es un momento cargado de expectativa tanto para el intérprete como para el espectador. Esta pausa no es un descanso, sino una acumulación de energía una preparación para la explosión cinética que sigue. La audiencia al percibir esta quietud siente el peso de la anticipación la promesa de la liberación.

O pensemos en un bailarín que permanece inmóvil en el escenario mientras su compañero ejecuta una secuencia de movimientos. Aunque aparentemente pasivo su quietud está cargada de significado. Su postura, su expresión, incluso la forma en que respira todo contribuye a la narrativa de la danza. Está presente, involucrado, parte integral del conjunto y su inmovilidad es un contrapunto necesario que resalta la dinámica de su compañero.

La danza en su esencia es una celebración del movimiento. Sin embargo los momentos de inmovilidad son tan cruciales como los de actividad. Estos momentos de pausa permiten una resonancia emocional que añade profundidad y complejidad a la performance. El cuerpo humano
incluso en su inmovilidad puede transmitir una rica carga de emociones y significados, actuando como un espejo que refleja el mundo interno del bailarín hacia el exterior.

La próxima vez que veas una danza, presta atención a esos instantes de quietud. Observa cómo un bailarín inmóvil en el escenario puede llenar el espacio con su presencia cómo la tensión antes de un salto o la quietud de un bailarín en espera pueden ser tan elocuentes como los movimientos más elaborados. La danza es un arte de movimiento, sí, pero también es un arte de momentos suspendidos de inmovilidad cargada de significado.

En este sentido la danza nos enseña una lección valiosa, que, en la vida al igual que en el escenario los momentos de quietud pueden estar llenos de poder y significado. Son estos instantes los que nos permiten pausar, reflexionar y cargar nuestras energías para los movimientos que siguen recordándonos que la verdadera belleza del movimiento a menudo reside en la promesa contenida en la inmovilidad.


1 comentario:

  1. Bastante romántico la descripción de la quietud en la danza. En el artículo se explica con claridad la importancia de todos los participantes en una escena, ya que muchas veces se observa que los participantes quietos en escena pueden ensuciar el movimiento del participantes que está en movimiento

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