Dedicado al maestro Alberto Londoño.
Por: Cesar Monroy
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Foto: Periódico el Colombiano |
Entiendo el baile en pareja como una forma de
conexión entre dos personas, donde ambos se relacionan de manera armoniosa y
complementaria. Cada uno desempeña su propio papel y muestra su personalidad,
pero juntos forman una unidad que se mueve en sincronía. Esta conexión les
permite compartir intereses y un camino común, mientras mantienen su identidad
y autonomía individual. Están unidos por una energía que fluye libremente entre
ellos, lo que los mantiene siempre conectados. Bailar en pareja es una expresión
de afecto, vínculo y libertad.
Bailar conmigo
Mi experiencia inicial al bailar conmigo mismo, o
"yo con yo", fue una etapa crucial en mi proceso de aprender a
bailar. Esta práctica solitaria me proporcionó un espacio seguro donde podía
experimentar libremente sin temor a ser juzgado o burlado por otros. Estar solo
me permitió explorar mi cuerpo, sus capacidades y mis propios patrones de
movimiento de manera íntima y personal. Este proceso me ayudó a conocerme
mejor, entender cómo me muevo y cómo mi cuerpo le responde a la música.
Entendí que la música y el cuerpo pueden danzar en
perfecta armonía. Sin embargo, a veces he utilizado la música más como un
accesorio o una mera pista rítmica sobre la cual ejecutar movimientos
corporales en un monólogo de auto satisfacción. En lugar de establecer un
diálogo entre el cuerpo y la música, los he tratado como entidades separadas,
sin integrarlos en una relación de igualdad donde ambos elementos se
complementen y se potencien mutuamente para producir emociones más auténticas y
significativas.
Cómo baila el otro/a
En las comunidades, las celebraciones se convierten
en momentos de encuentro donde la colectividad comparte experiencias. Estos
eventos no solo son ocasiones para festejar, sino también para aprender y
fortalecer los vínculos entre los miembros. Desde una edad temprana, las
personas participan en estas celebraciones y observan cómo cada individuo se
mueve, lo que les proporciona una comprensión única de los estilos y
preferencias de cada uno en el baile. Esta experiencia temprana de observación
y participación en la danza de otros, brinda una base sólida para aprender a
complementarse cuando bailan en pareja, creando así una conexión más fluida y
satisfactoria al danzar.
En los grupos folclóricos urbanos, se observa una
dinámica diferente en comparación con las danzas comunitarias. En estos grupos,
es común que el director seleccione a un par de bailarines de una coreografía
grupal y los destaque para repetir la misma danza, sin realizar modificaciones
en la coreografía. Esta práctica puede tener limitaciones significativas, ya
que les niega la oportunidad de conocer y apreciar plenamente los talentos y
fortalezas corporales, así como la forma de bailar del otro. Este conocimiento
mutuo es fundamental para acumular y potenciar habilidades en la construcción
continua de su relación como pareja de baile.
Bailar en pareja
Mi camino hacia el baile en pareja ha sido largo y
de mucha paciencia. Construir una relación artística con mi pareja se dio día a
día, en cada ensayo, proceso que se asemeja a un compromiso amoroso
políticamente correcto: primero amigos, luego novios y finalmente llegamos a
ser como un matrimonio. En estas etapas, tanto en el amor como en el baile, es
común buscar a nuestra "media naranja" para sentirnos completos y
convertirnos en una única "naranja entera". Sin embargo, si mi "media
naranja" decide cambiarme por otra pareja, una vez más puedo sentirme
incompleto.
Lo que he aprendido es que nadie es la "media
naranja" de nadie. Al bailar, somos dos individuos con identidades propias
y roles definidos. Cada uno de nosotros está "completo", posee
habilidades y fortalezas únicas, y nos complementamos mutuamente en el camino
de la danza en lugar de buscar a alguien para "completarnos".
Después de este largo proceso de aprender a bailar
conmigo mismo, con la música y con otra persona, llegué a pensar que estaba
listo para bailar en pareja. Sin embargo, me di cuenta de que todo esto era
solo la entrada al maravilloso universo de la danza; aún quedaban muchas
puertas por abrir: La primera fue la de conocer en profundidad los orígenes de
cada danza, sus características, su esencia, sus antecedentes históricos y
sociales, con el propósito de no caer en la simple repetición de pasos y
figuras, para no convertirse en un intérprete imitador de movimientos, calcando
coreografías aprendidas sin ninguna capacidad creativa en la ejecución del
baile. La siguiente puerta es la de la dramaturgia, que revela el inicio del
relato, su desarrollo, el conflicto y el desenlace; es decir, cómo narrar una
historia a través de la danza. La tercera puerta me enfrenta a comprender los cuerpos
y su relación con el espacio, las cualidades de sus extensiones, las fuerzas y
desplazamientos amplios, diseñados para solo dos personas en escena. La última
puerta me desafío a rescatar el vaso comunicante que se establece a través de
la mirada, el gesto y las acciones en la danza, la conexión entre pareja.
Si se logra salir de este laberinto con la lección
aprendida, obtendremos la recompensa de transmitir al público un mensaje claro,
contundente y creíble; nuestra verdad danzada en la escena.
Solo llegué a Bailar en Pareja cuando comprendí el
rol específico que debía desempeñar al bailar. Aprendí a mantener mi
individualidad y autonomía, al mismo tiempo que establecía intereses y caminos
comunes claramente definidos. Esta dinámica nos permitió estar siempre
conectados a través de una energía consciente e indivisible, generando una
experiencia libre, grandiosa y creativa.
En esta unión, cada movimiento se transforma en una
forma de arte que revela éxtasis y poesía, trascendiendo más allá de la danza
en los flujos naturales del movimiento. Así es como experimento y comprendo el
verdadero significado de Bailar en Pareja.